Mi nombre es Pedro Martínez Altuna y nací en Bilbao en 1909. Después de realizar los estudios primarios comencé a trabajar a los dieciséis años como pinche en la empresa Echeverría. Me pusieron en una máquina muy grande para hacer clavos para el ganado. Luego me pasaron al taller y estuve en una máquina cepilladora para el desgaste y acabado de piezas. Recuerdo que comencé ganando cinco pesetas, pero a los cinco años de estar en la fábrica Echevarría y con la muerte de mi padre me marché a trabajar a la Ferretería Garay, Hernán y Cía, en el número 18 de la calle Henao.
Cuando entré en la fábrica Echevarría, la que estaba detrás del Arenal, todavía no se había construido la fábrica de más arriba, la de Begoña. Estábamos unos cien obreros entre hombres y mujeres. Allí se hacían tachuelas y herraduras para el ganado. La fábrica no tenía fundición y le comprábamos la varilla en rollos a Altos Hornos de Vizcaya. Cuando aquello la fábrica vendía todo lo que producía. El director era un tal Guinea.
Luego comencé a trabajar en la Ferretería de Garay. Allí trabajábamos unos cinco o seis operarios. En la oficina estaban cuatro y en el almacén dos. Cuando vino la Guerra Civil española no tuvimos que marchar todos al frente. El dueño de la ferretería se quedó el sólo con un pinche. Después de la guerra, a los cuatro años de haberme marchado me incorporé de nuevo a la ferretería y continué trabajando allí hasta jubilarme
Cuando entré en la fábrica Echevarría, la que estaba detrás del Arenal, todavía no se había construido la fábrica de más arriba, la de Begoña. Estábamos unos cien obreros entre hombres y mujeres. Allí se hacían tachuelas y herraduras para el ganado. La fábrica no tenía fundición y le comprábamos la varilla en rollos a Altos Hornos de Vizcaya. Cuando aquello la fábrica vendía todo lo que producía. El director era un tal Guinea.
Luego comencé a trabajar en la Ferretería de Garay. Allí trabajábamos unos cinco o seis operarios. En la oficina estaban cuatro y en el almacén dos. Cuando vino la Guerra Civil española no tuvimos que marchar todos al frente. El dueño de la ferretería se quedó el sólo con un pinche. Después de la guerra, a los cuatro años de haberme marchado me incorporé de nuevo a la ferretería y continué trabajando allí hasta jubilarme